miércoles, 5 de marzo de 2014
ORGANIZACIONES IDIOTAS VS ORGANIZACIONES INTELIGENTES
(Fuente: libro organizaciones idiotas vs. Organizaciones inteligentes de Juan Carrión y elaboración propia)
¿Por qué la gente “supuestamente inteligente” se comporta de manera idiota?
¿Qué hace fracasar a la inteligencia?
En muchas ocasiones esto ocurre por nuestra incapacidad para reflexionar y porque nos dejamos llevar.
LA INTELIGENCIA Y LA IDIOTEZ ORGANIZATIVA
Las organizaciones deben innovar y reinventarse constantemente. Un gran error es creerse los mejores y tener prepotencia. Hay que colaborar internamente para conseguir metas comunes, puesto que se pone la creatividad de forma colectiva y se avanza más.
El objetivo de las organizaciones inteligentes debe ser el éxito sostenido en el mercado y la felicidad de sus miembros, ya que la insatisfacción de los empleados se acaba viendo reflejada en los clientes.
Es necesario aprovechar la inteligencia de los empleados dejándoles hacer y no diciéndoles constantemente lo que tienen que hacer.
EL APRENDIZAJE COMO PILAR DE LA INTELIGENCIA ORGANIZATIVA
Hay que generar un aprendizaje continuo y utilizar lo aprendido para cambiar y reinventarse constantemente.
Las organizaciones idiotas sin embargo cometen el error de pensar que alguien que ha estado 20 años en una empresa realizando lo mismo sin cambios es mejor que alguien que con 5 años ha realizado aportaciones innovadoras.
También hay que saber detectar los cambios lentos y graduales para poder actuar, puesto que sino se crean barreras que dificultan el cambio dentro de la empresa.
Contra esto existen unos antídotos:
- El dominio personal: es decir, primero tienes que conocerte a ti mismo.
- Los modelos mentales: nos hemos creado unos prejuicios, supersticiones, etc. que nos hacen ver el mundo de una manera concreta e interpretarlo así.
- La construcción de una visión compartida: hay que crearse unas metas y valores compartidos, sin olvidar compartirlos con los empleados.
- El aprendizaje en equipo: esto es la coordinación entre los empleados para obtener resultados extraordinarios. El equipo debe aprender para que las organizaciones aprendan.
- El pensamiento sistemático: las situaciones se tienen que entender dentro de una totalidad y no pensar que todo tiene una causa simple y local.
LAS INTELIGENCIAS ORGANIZATIVAS
En las organizaciones existen muchos tipos de inteligencia interrelacionadas entre si, y en equilibrio, por lo que el fallo de una puede provocar la caída de las demás. Por ejemplo: inteligencia competitiva, cultural, existencial, estratégica etc.
LA INTELIGENCIA EXISTENCIAL
Primero es necesario conocerse a uno mismo, incluso mejor que a los demás. Esto puede llegar a ser un arma muy poderosa combinado con una actuación inteligente. En paralelo a esto se plantea la siguiente pregunta: ¿Cuál es la esencia de nuestro negocio y cual queremos que sea? Hay que hacer un autoanálisis de la empresa y no crear falsas imágenes, puesto que si somos buenos en un sector, no podemos creer que lo somos en todos.
Pero no solo basta con esto, también hay que conocer los sentimientos colectivos, de toda la organización, de los empleados, etc.
LA INTELIGENCIA COMPETITIVA
Es muy importante que la empresa conozca el entorno que le rodea, las oportunidades y las amenazas que tiene, pero hay que tener cuidado ya que este entorno es muy cambiante. Los cambios que pueden existir son: la globalización, cambios tecnológicos, sociales y demográficos, etc.
Conociendo y analizando el entorno se pueden evitar muchos problemas y errores.
Un ejemplo de este entorno cambiante es el caso de las televisiones de plasma, aunque la gente las lleva comprando un par de años, ya existían desde hace mucho, pero ¿Por qué no se empezaron a vender antes? Pues porque había tantos modelos ya fabricados de la televisión antigua que tenían que darle salida de algún modo. Esto refleja que los cambios son muy rápidos, en este caso tecnológicos y hay que saber enfrentarse a ellos y no pensar que porque algo va bien, eso va a seguir así por siempre, como es el caso del modelo de televisión antiguo.
LA INTELIGENCIA ESTRATÉGICA
Es la capacidad de una empresa de conseguir ventajas competitivas, es decir, innovar.
Es un proceso que no se puede plantear a largo plazo ya que las necesidades y los mercados cambian constantemente.
Este proceso consiste en decidir los productos con los que se va a competir, determinar los mercados y definir las sinergias internas que se van a producir, en definitiva, son decisiones muy importantes. Esto se puede realizar mediante estrategias muy diversas.
Las organizaciones idiotas suelen realizar estrategias inalcanzables, intentar repetir estrategias, no emplear ninguna estrategia, etc.
LA INTELIGENCIA IDEALISTA: EN BUSCA DEL LIDERAZGO INTELIGENTE
Para llegar a objetivos estratégicos inteligentes hay que emplear el liderazgo, esto es, influir en las actitudes, opiniones y decisiones de otros para que colaboren voluntariamente, esto no es lo mismo que dirigir.
El líder tiene que ser carismático, animar a los empleados a ejecutar la visión de la empresa y motivarles. Tienen que orientar, perdonar los errores debidos a la experimentación, deben formar a las personas y tratarlas personalmente. Para llegar a esto hay que evitar la ambición desmedida, el ego enfermo, la búsqueda enfermiza de poder, la maldad y la violencia, etc. porque sino se convierten en organizaciones idiotas y los ”líderes” en jefes malvados, psicópatas, etc.
LA INTELIGENCIA CULTURAL
Existen organizaciones con culturas más inteligentes que otras. Las inteligentes se adaptan al cambio constante mientras que las idiotas no soportan estos cambios, puesto que no son capaces de desaprender y volver a aprender.
¿Qué es una idiotez de la inteligencia cultural? Es pensar que el tiempo es eterno, que no se equivocan, que lo saben todo, que hacen del trabajo una cárcel rígida, etc. Esto desemboca en fracaso.
LA INTELIGENCIA CONFIGURATIVA
Esta inteligencia determina el funcionamiento interno de la empresa. Actualmente existen nuevas formas de asociación, como es el caso de las organizaciones virtuales .
Los errores que se pueden cometer respecto a la forma de configurar estas organizaciones es creando jerarquías complejas, estructuras burocráticas, realización excesiva de reuniones, obsesión con la política, no admitir cambios, etc.
Nadie pone en duda que Google es uno de los mejores lugares para trabajar, no solo por la decoración y la cantidad de espacios que tienen para el ocio sino porque los empleados se pueden llevar sus hijos o mascotas al trabajo. De este modo se produce una conciliación entre el trabajo y la familia, manteniendo a los trabajadores más motivados, lo que hace que aumente la productividad.
LA INTELIGENCIA HUMANISTA
Para obtener ventajas competitivas es necesario tener personal con talento, por lo que la empresa tiene que atraer este talento. Este talento se atrae cando se demuestra que va a ser apreciado. Es muy importante formar a los empleados y motivarlos para que haya comunicación en la organización, obteniendo como resultado aumento del rendimiento.
Las organizaciones idiotas no saben identificar este talento y explotan a los trabajadores, premiando a los que pasan más tiempo en la empresa fuera del horario, en vez de premiar por objetivos. Todo esto puede desembocar en patologías humanas muy graves.
Hace unos años salía un artículo en el periódico la razón que se titulaba: la batalla por el talento, en el se hablaba de cómo las empresas punteras, como Google, se disputan atraer a sus filas a los mejores. Por ejemplo en Google buscan personas muy creativas e innovadoras, que tengan intereses más alla de los profesionales y que disfruten de otras actividades.
LA INTELIGENCIA RELACIONAL
Consiste en la capacidad de la organización para crear relaciones de alto valor tanto dentro (interna) como fuera (externa) de la empresa.
Mediante estas relaciones se puede alcanzar la inteligencia organizativa, habiendo comunicación entre personas y colaborando en el entorno, es decir, compartiendo conocimiento dentro de la organización, por ejemplo, mediante la tecnología (redes sociales)
Un análisis publicado por la Universidad de Melbourne concluye que las personas que navegan por redes sociales durante su jornada de trabajo incrementan en un 9% su rendimiento laboral.
También debe haber cooperación, confianza y cohesión.
Las idioteces que hacen las organizaciones son la sumisión total, evitar las relaciones entre las personas, evaluar al personal, realización de modelos que fomentan las confrontaciones internas, el egoísmo, la maldad, etc.
Con respecto al exterior, es decir, con otras empresas, hay que crear entornos colaborativos y no tenerlos como enemigos, porque en las empresas no es necesario que uno gane para que otro pierda, pueden ganar los dos mediante la realización de cooperaciones, alianzas, etc.
Pero esto es algo que normalmente crea desconfianza y suele llevar al fracaso.
LA INTELIGENCIA TECNOLÓGICA
Desde la aparición de las primeras máquinas ha habido detractores y gente a favor de ellas.
Con la inteligencia tecnológica las empresas pueden sustentar su competitividad, disponiendo de la tecnología adecuada como por ejemplo: el e-business, los sistemas ERP, CRM, PRM etc.
Las organizaciones idiotas comprar tecnología para luego no usarla y otras se piensan que es algo mágico que funciona solo y puede solucionar todos los problemas.
La hipocresía como estándar...
Opus Dei
Hace unas semanas tuve la oportunidad de escuchar una conferencia que Noam Chomsky dio en febrero de 2002 en Harvard. Allí desarrolló unas ideas que bien podrían aplicarse al caso que nos ocupa desde hace mucho tiempo: la Obra.
Comenzó definiendo al hipócrita como aquella persona que aplica a otros el estándar que rehúsa aplicarse a sí misma.
Quien no es hipócrita asume abiertamente que lo que es correcto en él, es correcto en los demás y si algo es incorrecto cuando los demás lo hacen, también es incorrecto cuando él lo hace. Una definición elemental, nada compleja.
El hipócrita, en definitiva, se maneja con doble estándar.
Un ejemplo conocido
Por ejemplo, cuando alguien viene a este sitio Opuslibros (pienso en los muchos que ya han venido con el mismo argumento) y comienza a criticarlo en nombre de la libertad de expresión (cosa extraña, porque este sitio nació como reacción a la censura aplastante de la Obra). Al mismo tiempo, esa persona es la misma que simpatiza con la web oficial de la Obra donde se censura y controla toda información y se impide la expresión de opiniones contrarias a la voz oficial. Otro tanto sucede con las críticas al anonimato, cuando la Obra es la primera en ocultar su verdadero rostro.
El hipócrita no quiere que nadie le quite la ventaja que obtiene del doble estándar. Y evita que lo descubran poniéndose a la ofensiva, al frente de la lucha contra la hipocresía, pero siempre «en el extranjero». Su táctica es «jugar de visitante», ir y examinar a los demás en sus propios terrenos, evitando mirarse a sí mismo y que los demás lo examinen a él. Así funciona el hermetismo de la Obra.
En cambio, aquí en Opuslibros no necesitamos ir al terreno ajeno: ya lo conocemos bastante bien, y en cambio, se acoge a todo aquél que quiera expresar su opinión –crítica o no-, mientras no argumente -a conciencia- desde la patología del hipócrita, mientras no venga aquí a condenar lo que promueve y patrocina en su propia tierra.
Pues bien, la persona hipócrita (con domicilio en la Obra) no tiene autoridad para condenar moralmente a nadie, en particular sobre el tema de la censura o del anonimato.
Lo que sucede es que aquí en OpusLibros el anonimato está justificado, en cambio en la Obra no. Aquí la limitación del derecho a expresión está justificada, en cambio en la Obra no. Y el hipócrita quiere cambiar ese orden: que la justificación quede para la Obra y la culpa para Opuslibros.
El hipócrita quiere imponer un estándar para los demás y mantener al margen su propio estándar interno, sin que los demás se puedan entrometer. Eso hace la Obra: quiere que revelemos nuestros nombres pero ella no quiere darse a conocer tal como es, y como nosotros sabemos que es, pues de allí salimos.
Aquí en la web, los orejas se han exigido mucho por ser coherentes con el estándar de libertad de expresión que proponen (o sea, lo contrario a la Obra). Y el hipócrita, fiel a su nombre, siempre juega a partir de la trampa y se ha servido de la virtud de los orejas para ponerse en juez y exigirles milimétricamente el cumplimiento de tal compromiso con la libertad (cuando él es el primero en no respetarla). El hipócrita se ha puesto en juez y es hora de que él mismo sea examinado y puesta en evidencia su hipocresía, su falta de mérito para ser juez de nadie.
El hipócrita no tiene ningún derecho a reclamar en el terreno ajeno la libertad que él mismo no respeta en su propio terreno. Esto es elemental.
Restringir la publicación de correos escritos por hipócritas no es un acto de censura sino que es exigir coherencia y respeto al mismo derecho que los hipócritas –hipócritamente- reclaman. En realidad, al hipócrita no le interesa la libertad de expresión sino el silenciamiento de la opinión ajena: ahí está la trampa. Y no hay que caer en ella.
En todo caso, el hipócrita debería reconocer que aquí se le publica su opinión contraria, cosa que no sucede en la web oficial. Pero bueno, dejaría de ser hipócrita. Y por un principio básico y clásico –el de no contradicción- no puede ser al mismo tiempo una cosa y otra.
La institución hipócrita
La Obra misma actúa hipócritamente gran parte del tiempo: es un modo de subsistencia, es parte de su estructura e identidad.
Creo que es difícil perseverar en la Obra sin una dosis importante de hipocresía (técnicamente hablando, más allá de la cuestión de la culpa y la responsabilidad personales).
Porque la Obra subsiste gracias a unas propuestas (promesas, ideales, etc.) que difieren totalmente con lo que luego se practica. De hecho, a todo miembro le enseñan dos explicaciones de un mismo hecho: la explicación para «los de la Obra» y la explicación para «los de fuera». La razón «técnica» es que unos tienen vocación (y entienden) y otros no tienen vocación (y hay que «traducirles», sinónimo de «mentirles»).
Técnicamente es una mentira, porque realmente no se está diciendo la verdad. Pero en los hechos, el problema «técnico» se salva mediante «un parche sobrenatural» que impide reconocer abiertamente el acto de hipocresía involucrado. Lo «sobrenatural» es la razón que permite ser hipócrita –en los hechos- sin que la conciencia siente el menor remordimiento.
Por lo cual, no hay forma de ser hipócrita en la Opus Dei. Y no hay forma de que alguien en la Obra reconozca su actitud hipócrita (salvo que comience a tomar distancia y finalmente se vaya).
Porque desde el momento en que se reconoce, uno ya está afuera de la Obra: ha perdido «la visión sobrenatural» y ya no forma parte de esa «Unidad» que es la Obra.
Del mismo modo, en la Obra se hace referencia a los principios morales como la guía primera y última de todo el actuar de la institución. Sin embargo, si se tiene algún contacto con quienes gobiernan o al menos se sufren las consecuencias de su actuación, se experimenta claramente que quienes dirigen la Obra se mueven por fines muy pragmáticos: la supervivencia de ese organismo corporativo que es la Opus Dei, y las personas son el alimento de ese organismo. La moral es una excusa, la moral es un anzuelo. Está al principio pero no se la encuentra luego, cuando uno se interna en las cavernas de esta institución.
Todo en la Obra tiene un doble sentido: ya sea que se lo mire desde la órbita de la propaganda (los principios morales, de prestigio) o desde la órbita del gobierno (los principios pragmáticos). Una cosa es la fraternidad como caridad de unos con otros (es la imagen que hay que dar, incluso internamente) y otra cosa es la fraternidad como aquella relación que evita toda amistad y une en el vínculo de lealtad con el líder, es decir, el prelado o también llamado “Padre” (el vínculo corporativo que, en los hechos, hay que lograr).
Mientras cualquier persona (exterior a la Obra) diría que incluso internamente hay un doble estándar, una concepción hipócrita dentro de la propia identidad como miembro, en la Obra tal actitud hipócrita desaparece al hacer connatural la dualidad (es decir, la disociación): según cómo se la mire, la fraternidad es una cosa u otra, porque en las charlas la fraternidad es una cosa (el ideal) y en la vida cotidiana es otra (la consigna de ser leal a la corporación por encima de cualquier relación interpersonal de amistad).
***
Los directores deberían decir y reconocer –si no quieren ser hipócritas- que en la Obra se gobierna a base de pragmatismo y para obtener objetivos proselitistas. Y que todos los grandes ideales espirituales son «a modo de ilustración» pero que nada tienen que ver con el fin último de la Obra como «cuerpo viviente» que se autogobierna al margen del Evangelio.
Pero como en la Obra no reconocen esto –sin embargo es el principio que organiza el funcionamiento de la institución- entonces claramente la Obra como tal es una institución hipócrita. Y quienes la gobiernan, los actores principales de tal hipocresía.
Por eso no ha de sorprender demasiado cuando el actual prelado «pide» vocaciones al mejor estilo faraónico y lanza su campaña de incorporaciones, sabiendo que por el otro extremo se va una enorme cantidad de gente desilusionada y estafada. Tampoco ha de asombrar que el prelado diga que «son pocos» los que critican a la Obra: es una declaración acorde al doble estándar bajo el cual funciona la institución que dirige. Lo que sí sorprende es que no tenga ningún problema personal en actuar conforme al perfil del hipócrita. No es un tonto ni está desinformado: sabe bien lo que hace.
En el principio fue la mentira
La idea de «pescar» es la metáfora –tan preferida en la Obra y en particular por su fundador- que tal vez mejor representa el doble estándar, y por lo tanto, la hipocresía misma de la institución. La acción de pescar supone una dualidad: la carnada y el anzuelo, lo placentero y lo doloroso, la seducción y la trampa.
Si uno se pregunta cómo sucedió todo (esto de la vocación): «en el principio fue el anzuelo» y ahí está posiblemente la mejor respuesta.
Y si «en el principio fue el anzuelo», ¿qué validez puede tener lo que siguió?
En el Evangelio, la metáfora de la pesca no tiene connotaciones equívocas sino que hace referencia a la idea de salvar (es una resignificación, así como el nombre de Simón cambia por Pedro). En cambio, en la Obra la metáfora de la pesca tiene que ver con la idea de depredación (tomar y descartar), hace a la literalidad del acto de pescar: engañar para atrapar, y además, de manera casi ilimitada en su ambición proselitista (poniéndole un número a tal ambición: 500 vocaciones... ¡en cada país!, según información reciente). Vuelve “primitivo” el concepto evangélico de la pesca. Las metas numéricas, en relación a las vocaciones, hablan de ambiciones materiales (codicia) más que de aspiraciones liberadoras. La codicia está en la raíz del proselitismo “oficial” de la Obra y en la raíz de muchas de sus motivaciones (se me viene a la menta las “escuelas de negocios”). Por eso importa tanto “la selección”, que bien mal se puede llevar con lo «de cien almas nos interesan las cien» (la hipocresía, nuevamente presente, porque la idea real es «de cien almas selectas nos interesan las cien»). Y la codicia es la otra cara del desprecio: se suelta y olvida rápidamente lo que no interesa a la ambición.
Podría decirse que lo «bueno» de la Obra está en todo lo que constituye «la carnada» y lo malo de la Obra está en lo que permanece y retiene –con dolor-, o sea, en el anzuelo. Si no se quiere sufrir, lo mejor es no tirar del anzuelo, sino quedarse mansamente “enganchado”, porque la liberación siempre supondrá un desgarro. El anzuelo está hecho para que entre con facilidad y salga con dificultad. Así la Obra.
Además, los directores bien saben de pesca: para retener y exigir hacen sentir la presencia del anzuelo, y para motivar echan más carnada. Este es uno de los motivos por los cuales se “dura” tanto tiempo en la Obra, pues en ese “tira y afloja” del “pescador” se le va la vida al pez (que cree que algún día el pescador va a “aflojar” y le va a dar libertad o que al menos desaparecerán las puntas del anzuelo que lo retienen y lo lastiman).
De hecho, algunos “teorizaban” sobre “el fin del anzuelo y la venida apoteósica de la carnada” (por ponerle un nombre) cuando señalaban “progresos” o “concesiones” por parte de los directores (la sensación de ir “ganando libertad” dentro de la Obra): el cambio de consiliario por otro aparentemente más blando, la proximidad de un Congreso General, la posibilidad de tener ordenado/computadora propia, el uso de pantalones en las mujeres, etcétera. Este era el comentario habitual: estamos “progresando, hay avances”. Lo que nadie se cuestionaba era qué hacía un anzuelo en nuestras fauces, cómo había llegado hasta allí.
La única alternativa para el “pez” era tomar la decisión de cortar violentamente con el anzuelo, lo cual sería sumamente doloroso y difícil de afrontar, porque entre otras cosas, el pez estaba debilitado por el “desgaste” al que le había inducido el mismo “pescador”. En tales casos, hay que juntar fuerzas para dar un único golpe y eso es extremadamente riesgoso.
En la Obra sucede esto mismo: en el inicio está la carnada y al final de toda su atracción está el anzuelo.
Y todo termina como en la pesca: el resultado es un pescado, o sea un pez muerto. Y en el mejor de los casos, un pez vivo pero encerrado en una pecera.
En la Obra, el mar es el lugar del cual se sale, nunca al cual se va. Salvo cuando se abandona «la pecera», o cuando la Obra «tira» de vuelta al mar a aquellos que no les interesa.
La funcionalidad de la hipocresía
En la Obra suponen que para promover el Evangelio hay que utilizar una institución que se maneje con principios propios (o autónomos), hasta jurídicamente hablando (la Prelatura): que el medio de transporte (de ese mensaje) debe tener su propia naturaleza independiente.
Creo que aquí reside la razón de ese doble estándar. Por eso el gobierno de la Obra difiere tanto de la moral que sustenta y sin embargo siente que cumple una misión extraordinaria y sagrada. De este modo, visto desde adentro, no hay lugar para la hipocresía: el doble estándar es una premisa aceptada, aunque no de manera abierta o consciente sino pragmática.
Esto es lo que sucede en política generalmente: se defienden ideales nobles con medios que distan mucho de ser compatibles con esos ideales.
La política entrega resultados, pero que nadie pregunte cómo los consigue. Por eso la política –desde este ángulo exclusivo de análisis- es generalmente hipócrita y acepta a la hipocresía como un estándar.
La Obra consigue resultados, pero que Roma no pregunte cómo los consigue. Sin embargo, Roma apoya a la Obra por los resultados que consigue.
La aprobación de la prelatura, la beatificación y luego la canonización confirman un camino elegido por la Iglesia.
A cambio de los resultados, la Obra ha obtenido una autonomía absoluta en el campo disciplinal. Se le ha concedido «soberanía propia». Es muy difícil, ahora, que la Iglesia intervenga: se contradeciría públicamente y no está dispuesta a ello. Quedaría en evidencia que en el pasado reciente actuó bajo la influencia del doble estándar.
Autoridad moral y gobierno
No es nada conveniente que en la misma persona coincida la autoridad moral y el gobierno, porque muy probablemente terminará usando la moral para justificar su gobierno. Además, instantáneamente desaparece la instancia moral como recurso al cual acudir en caso de abuso del poder.
Qué complicado resulta que el mismo que gobierna al margen de la moral sea el que exige que los demás examinen su conciencia según los principios de la misma moral que él rechaza para sí.
Qué rechazo causa que la misma persona se ponga el traje de santo para predicar y luego lo cambie por el de cínico para gobernar. Es la consecuencia de mezclar y someter la dirección espiritual al gobierno.
Sucede en la Obra. Y en la Iglesia ha pasado lo mismo, aunque de diferentes maneras, según las épocas.
Por contraposición, veo a los religiosos que se apartaban al desierto, como una manifestación –entre otras cosas- esa separación entre autoridad moral y poder político.
La autoridad moral ha de ser incuestionable e intachable. Ese es su valor, ese es su poder, mucho mayor que el poder político. Pero siempre y cuando no quiera mezclarse con él. La autoridad moral es el juez y no debe asociarse con el poder político, con el gobernante.
En cambio, la política, siempre ha de ser sujeto de cuestionamiento, no sea que se divinice y se termine metido en medio de una teocracia. Como en la Obra.
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