La subterránea movilización de los mediocres,
sutilmente manipulada por gente con intereses oscuros y generalmente
ilícitos, -dado que no respetan al prójimo ni a los valores de los demás-,
se ha condensado por fin en otra moda actual: el mobbing.
Los anglicismos son útiles, porque con una sola palabra designan todo un
fenómeno. En este caso el mobbing significa el acoso inmoral, despiadado,
sibilino y traidor de los que, desde su falta de preparación, conciencia,
autoestima y valía, se unen como las termitas (cuando no hay calidad hace
falta cantidad), para destruir a alguien que, merecidamente y por valores
congruos, está por encima de ellos.
En su pequeña y retorcida mente, disfrutan de antemano de uno de los pocos
placeres que se permiten, y es el imaginarse la caída del pedestal que
están intentando socavar. Lo que no saben es que ese mismo pedestal, si
cae, puede caerles encima. No son tan listos para preverlo y nunca lo
serán.
Un poco de historia
“Maestro, ¿cómo conoceremos a los verdaderos profetas?: Por sus hechos
los reconoceréis, no por sus palabras.”
Este fenómeno es tan antiguo como la historia del hombre, desgraciadamente.
Cuando Jesús dijo “A los pobres los tendréis siempre con vosotros”,
se refería a esa subhumanidad: a los pobres de espíritu, a las masas
oscuras y negativas, a los que pueblan el submundo de la maledicencia, la
envidia corrosiva y la crítica destructiva. A los que en lugar de copiar
para aprender y mejorar, critican para destruir porque ante todo, se
sienten tan mal consigo mismos que no se atreven ni a conocerse. Y el
primer paso para solucionar un problema es reconocer que se tiene un
problema.
En lugar de ello, se dedican con ahínco digno de mejor causa a difamar, criticar,
y vituperar soterradamente, valiéndose de ruines subterfugios o a veces de
forma directa, a todos aquellos a quienes envidian y cuyos puestos en la
sociedad les gustaría ocupar, (¡Dios nos libre!), mientras se dedican con
denuedo a echar la culpa a los demás (o a la sociedad, o al gobierno, o a
Dios…) de lo que les pasa, práctica habitual en la incultura de masas.
Conocí a Jaime: 45 años, carnicero de profesión, separado, nada agraciado
por más señas, presentando siempre un talante agresivo, nervioso y hosco.
En una conversación que, lógicamente, duró poco, manifestó lo siguiente:
— Yo podría haber llegado a ser… ¡!
— ¿Qué?
— Pues muchas cosas, lo que hubiese querido, ministro o algo así.
— Y ¿qué te lo ha impedido?
— Pues que no me gustaba mucho estudiar y me puse a trabajar de joven….
— Podías haber estudiado por tu cuenta o en escuelas nocturnas…
— Sí, pero después de trabajar y salir por ahí estaba muy cansado…
— Ya, claro, ¿y ahora?
— Ahora ya es tarde… ya me han jodido la vida…
— ¿Quiénes te han jodido tu vida?
— ¡Todos!, todo el mundo…!
— ¿Todo el mundo? Pues eso es mucha gente…
— ¡No, pero quien tiene la culpa de todo lo que me pasa es el gobierno!
— ¿El Gobierno? Pues también son bastantes ahí… y, ¿ellos lo saben?
— ¡El Presidente tiene la culpa de todo, porque sino las cosas no estarían
así y a mí no me irían tan mal…!
— ¡Ah, el Presidente nada menos! Pues si que eres importante. Y.. ¿estás
seguro de que él sabe todo lo que te ha hecho?… no sé yo si el pobre podrá
dormir por las noches…
Y tras una mirada furibunda y quedarse sin habla, (lo cual es lo normal…)
mientras las venas del cuello se le ponían cada vez más tensas y su tez y
calvicie enrojecían, se dio media vuelta y se fue, con lo cual todos nos
quedamos mucho más tranquilos.
Para muestra baste un botón. Solo que de botones de estos están las
mercerías nacionales a rebosar.
Este ejemplo es una nimiedad, pero sumado a todas las nimiedades constantes
(“los que triunfan es porque son unos pelotas; seguro que ese coche lo ha
robado; debe de acostarse con alguien para que la promocionen siempre;
algún enchufe tendrá por ahí…”) configuran un espectro social que se blande
y esgrime a diestro y siniestro y que infecta a quienes, por estar arriba y
tener cosas más importantes que hacer, no piensan ni se imaginan que puedan
estar siendo el centro de la diana de los rastreros termiteros
profesionales.
Decía Schopenhauer: “He aquí la explicación del
por qué al aparecer lo excelente donde quiera que aparezca y sea de la
especie que sea, la inmensidad de las medianías se conjura y cierra filas
en su contra a fin de no dejarlo prosperar y, si es posible, llegar incluso
a asfixiarlo.” Y también, en sus aforismos, comenta: “…a una media
docena de cabezas de borrego chismorreando con desprecio acerca de un gran
hombre.”
Citemos ahora a John Chaffee: “Cuando hay personas que se distinguen de
la masa, la masa, en vez de desearles lo mejor y ayudarlos en lo posible,
muestra una clara tendencia a echarles el guante y obligarlos a retroceder.
Esa falta de caridad suele ser efecto de la envidia, pues quienes forman
parte de la masa pueden suponer que el éxito ajeno podría ser un reflejo
negativo de su propia falta de méritos.”
La tendencia del ser humano, por su propia neurología, es a ser feliz, huir
del dolor y acercarse al placer. ¿Qué ocurre entonces? Pues que la falta de
educación adecuada, sobre todo en valores, y la falta de respeto a uno
mismo, hacen que ese malestar interior se proyecte hacia los demás, como un
espejo, en lugar de mirar hacia dentro de sí y buscar la raíz de su
frustración para sanarla y no necesitar seguir sufriendo, porque ni así se
llega a la salvación ni va a ganar nada con ello, como mucho una bonita
úlcera de estómago.
Y así va el país, y así nos va a todos los que intentamos sobrevivir en él.
Medidas a tomar
En esta guerra no declarada pero real, hay que prepararse para ir ganando
batallas. ¡A por ellos, que son muchos, pero muy cobardes!
Contra la masa, la excepción.
Contra el acoso, la distancia.
Contra la mediocridad, la diferencia y la excelencia.
Contra la envidia, la indiferencia.
Contra el ataque, la denuncia.
Contra la crítica, el silencio o la risa.
Contra los bulos, la verdad.
Contra el asedio, el vacío.
Planes de acción
¡Cuidado! Estos nefastos traidores acaban camuflándose como víctimas de la
situación que ellos mismos han creado, con lo cual lanzan la pelota al
tejado ajeno. ¡No la recojas! Tus respuestas han de ser la mejor raqueta de
tenis. Una buena respuesta a tiempo, clara, directa y contundente, y no se
atreverán a volver.
Contra el victimismo, astucia.
Y además, soporte moral: fortaleza interior, una gran autoestima, valor y
coraje, poder personal, preparación constante, aprovechar las oportunidades
de crecimiento, para que todo ello permita dos cosas:
a) Que los termiteros sientan cada vez más rabia y envidia y se mueran por
fin de un infarto, con lo cual ¡problema resuelto!
b) Que la persona afectada sea capaz de dar cada vez más y mejores
respuestas contundentes, claras y directas, de modo que los enanos mentales
se lo piensen dos veces antes de elegir a su víctima propiciatoria. (En
nuestros Cursos de Poder preparamos a las posibles víctimas para que sean
intocables).
Otro plan de acción importante: conseguir que en las empresas se aplique la
Ley de Prevención de Riesgos Laborales y se evalúen los riesgos
psicosociales. De ese modo se llevarán a cabo planes concretos de
prevención y una selección de personal adecuada para crear una “cultura de
relaciones humanas” que potencie la salud y el bienestar en todos sus
términos, que según la OMS incluye los aspectos social y psicológico además
del físico.
Otra acción básica y fundamental: la elección de las amistades y centros
educativos y culturales. ¡Cuidado! Todo es contagioso… y hay que saber
elegir.
Conclusión
Puedes ir además con una grabadora en el bolso en caso de necesidad para
las oportunas pruebas que, aunque no sean legales, sí pueden ser
disuasorias, sobre todo si las pones en un cassette con un buen altavoz en
una reunión de Dirección. ¡A grandes males, grandes remedios! Y recuerda:
“de los cobardes nada se ha escrito”, así que no entres a formar parte de
ese pelotón de inútiles.
Lo importante es darse cuenta de una cosa: si permites que las cosas que
hagan o digan los demás te afecten, el problema pasa a ser tuyo por tu
incapacidad de respuesta. No nos sentimos mal por lo que hagan o digan los
demás: nos sentimos mal con nosotros mismos porque no sabemos o no nos
atrevemos a responderles de forma contundente, clara y sin ambages, como se
merecen y se están buscando. Eso significa que todavía en tu interior, por
la “educastración” recibida, estás dando más importancia a los demás que a
ti mism@. Ahí radica el problema. Y sólo tú tienes el poder de solucionarlo.
Si quieres, puedes. Nosotros sabemos cómo.
Animo y que no te pase nada. Con cariño,
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